En estos días hemos recibido peticiones para que continúe explicando mis peripecias de corredora novata.
En principio os dejo el capítulo 2 y para el próximo día un plan de entrenamiento, para que, si hay alguien que lee estas líneas, pero que no se ha decidido a correr, se inicie poco a poco en este deporte. El entrenamiento es muy básico, es para empezar bien.
Recordar que este bloc tiene como objetivo fomentar este deporte y explicar nuestras andanzas. Si alguien está interesada o interesado en algún tema concreto sólo tiene que hacerlo saber a través del apartado de “comentarios”.
Dicho esto, ¡vamos allá!
Capítulo 2.
El tiempo fue pasando y debo decir que los inviernos de mi ciudad, Lleida, no estimulan mucho para salir a correr, por lo que durante todo el invierno me quedé en casita sin mover un músculo del cuerpo. Lejos había quedado ese deseo espontáneo que me entró de participar en una carrera popular en San Silvestre.
Pero llegó la primavera y su cruel realidad. Los vestidos del año anterior se habían encogido escandalosamente después de todas las comilonas de Navidad, Fin de Año, Reyes, y alguna otra fiesta a la que me apunté, todo y que no son oficiales. El resultado final es que o la ropa se había encogido o yo me había dilatado.
Como es evidente no me atreví a pesarme, puesto que de todos es sabido que después de las fiestas de Navidad hay un complot “judío masónico” que hace que todas las balanzas de todas las mujeres del mundo señalen cuatro o cinco kilos de más.
Como soy una persona coherente y sé que a determinadas edades no es muy conveniente empezar a acumular kilos, hablé con mi hermana Miriam, que es deportista de verdad, y le pedí que me acompañara a correr otra vez.
Mi hermana aceptó el reto. Supongo que pensó “a esta gorda la voy a hacer sudar”. Y empezamos a salir un par de veces a la semana a correr. Esta vez empecé a tomarme en serio esto de correr.
Apenas un mes después de empezar el entrenamiento, vimos un cartel que anunciaba la carrera de “Templers”. Una carrera emblemática en Lleida de 10 km. que nos llamó la atención.
Teníamos un objetivo, un plus de motivación y apenas tres meses para preparar la carrera.
Mi hermana no tenía grandes problemas porque no había dejado de correr, pero yo lo tenía bastante complicado puesto que partía de cero. De cero y con sobrepeso.
Pero como tengo “más moral que el alcoyano”, y soy muy persistente, aunque mi madre diga que soy “cabezona”, me lancé al reto de correr mi primera carrera popular con alegría y entusiasmo.
El tiempo fue pasando y poco a poco mi hermana me fue poniendo las pilas. Primero fui capaz de correr un cuarto de hora seguido, y después fui ampliando poco a poco hasta cuarenta y cinco minutos.
Una semana antes de la carrera creí sinceramente que estaba preparada para correr. Lo creí hasta que mi hermana me llevó a hacer parte del recorrido. Me di cuenta que no iba sobrada ni mucho menos. Pero como soy optimista pensé que el día de la carrera sacaría fuerzas de flaqueza y me convertiría de la noche a la mañana en una “Corredora”.
Como es normal el día de la carrera cometí todos los errores que se pueden cometer, y algunos más que me inventé.
Empecé a correr como si se acabara el mundo, lo que hizo que estuviera agotada en el km. 2. Me atravesé de un lado a otro dificultando la carrera de las demás corredoras y corredores. Me salté un puesto de hidratación y por poco me muero de sed. No recorté en una sola curva. No fui capaz de llevar un ritmo constante,… de tal manera que en el km. 7 ya era de las últimas corredoras de la carrera. Estaba descompuesta y tuve que parar. Pero mi hermana estaba a mi lado y no me dejó rendirme y continué arrastrándome por el asfalto caluroso del mes de junio en Lleida.
En el km. 8 le dije a mi hermana que tirara, que ya llegaría. Y ella, antes de tirar me hizo prometer que no me rendiría. Se lo prometí y ella empezó a correr como ella sabe.
Tras de mí, a pocos metros había una mujer de más de 60 años que me iba pasando cuando me paraba. Llevada un paso regular, un ritmo constante y no parecía que lo estuviera pasando mal. O por lo menos, no tan mal como yo.
Finalmente, después de más de una hora de carrera, llegaron los últimos 500 metros. Ante mí una subida que me pareció el Tourmalet. Y la señora de más de 60 años a pocos metros detrás de mí. Con ritmo constante.
Fue a escasos metros de la meta cuando el orgullo mal entendido me llevó a no dejar que aquella mujer me pasara delante. No corrieron mis piernas puesto que ya hacía unos cuantos kilómetros que no las sentía, corrió mi corazón.
Pero todo y llegar un segundo antes que aquella mujer, ella me había superado en todo y me dio una gran lección cuando la oí como le decía a su marido que esperaba animando a pie de meta “el año que viene tardaré menos”.
Aquella mujer era una “CORREDORA”. Y lo pongo en mayúscula porque quiero que quede claro que no todas las personas que se lanzan a la aventura de correr una carrera popular son corredoras o corredores. Las corredoras y corredores se hacen kilómetro a kilómetro, carrera tras carrera y cometiendo error tras error.
Aquel día, y los días posteriores sufrí las consecuencias de mi insensatez. No estaba preparada para hacer aquello y aunque acabé la carrera no me sentí satisfecha de mi misma.
Hoy reconozco que fue una verdadera temeridad. No estaba preparada ni por asomo, y aprendí en mis carnes que a esto de correr hay que empezar muy despacio. Primero se anda, después se trota y después se corre. Primero se corren carreras de 5 km. Luego de 10 km. Y luego, si te apetece, media maratón.
María de los Ángeles CASTILLO HERNANDEZ