Este año, el primero en que puedo, sin la compañía de un adulto, realizar el Descenso Internacional del Cinca y el primer año que lo realizo, os voy a contar mi experiencia en el descenso.
Aunque para mí no era el primer contacto con una piragua y el río, ya que había realizado el descenso de Fraga a la Granja de Escarpe este mismo verano y tenía ya bastante idea de lo que podía resultar a ser, para mi amiga Mar, sí era su primer descenso.
Nos levantamos a las 8 de la mañana después de haber pasado una noche en la que no dormimos lo que se dice muchas horas, pues Mar se quedó a dormir en mi casa, y ya se sabe, bla bla bla... pero nos levantamos rápido, con ganas, animadas y contentas. Desayunamos, nos vestimos y nos preparamos para ir al tan esperado descenso del Cinca.
Cogimos dos cascos de bicicleta por si acaso y nos dirigimos al rio. Una vez allí, estuvimos un rato con nuestros amigos y amigas. Algunos hacían el descenso, otros no. Almorzamos mientras mirábamos a la gente bailando zumba.
A las 9,45h. habíamos quedado con los del club de atletismo para sacarnos una foto todos juntos, los que iban a acompañar a las piraguas corriendo, los que iban a bajar por el rio y los que iban a acompañar con la bicicleta. Mi padre iba a ir en bicicleta acompañando a los corredores hasta Torrente y luego seguiría hasta Mequinenza hasta que llegáramos nosotras.
Llegó la hora de llevar la piragua a la orilla del rio. Dieron diferentes salidas, primero salieron los de competición y luego escalonadamente fuimos saliendo por cajones y número de dorsal. Nosotras nos encontrábamos en el cuarto cajón y penúltimo. Aún así hubo una aglomeración de piraguas que no podías ni moverte, pero pasados 500 m. ya se podía remar tranquilamente y disfrutando del espacio aunque a veces teníamos leves roces con otras piraguas.
En el segundo salto, volcamos. Nos reímos mucho. Casi perdemos los cascos y la mochila. Así que al girar la piragua atamos las cosas en ella.
Hasta Torrente todo bien. Mar iba delante. Llegamos al avituallamiento donde me encontré a mi padre esperándonos. Nos tomamos un pequeño descanso antes de meter la piragua en el agua otra vez. Entonces me puse yo en la parte de delante.
Y empezamos a remar de nuevo. De ahí a la Granja aguantamos bien, sin parar muchas veces, aunque eso sí tirándonos agua a ratos por el calor.
Una vez avistado el letrero de la Granja, lugar en el que se podía abandonar o seguir hasta llegar a la meta, empezamos la parte más dura del descenso. Nos costó mucho, el agua en calma, el aire en contra. Veíamos un puntito pequeño que se iba haciendo cada vez más grande. Era el castillo de Mequinenza.
Llegado un punto del rio el castillo que se había ido haciendo grande iba disminuyendo. Estábamos cansadas, nos dolían los hombros, las manos. Íbamos parando de vez en cuando. Pensábamos que no llegaríamos nunca, pero tras 4 horas remando conseguimos llegar. ¡¡NOSOTRAS LLEGAMOS A META!!
Al salir de la piragua dijimos que una vez y nunca más, pero después de tres o cuatro días se te olvida el dolor y el cansancio y piensas que para el próximo año, con la experiencia del presente el descenso puede ser mejor aún... como a mí me ha pasado.
Nadia Segurado.
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